EL VIAJE 

Si la vida es un viaje, viajemos a ese destino que nos haga felices. Éste no tiene que ser un lugar, a veces, es un momento o un instante que nos marca un antes y un después en nuestro rostro. El viaje a la felicidad depende de nosotros mismos aunque es cierto que el entorno ayuda mucho. Además, los cómplices en el camino a esa sonrisa perenne son fundamentales. En definitiva, ser feliz es lo que cuenta porque ya se encarga la vida de ponernos a prueba. 

El verano es una de las épocas en las que más nos movemos. Las vacaciones y el ir y venir haciendo maletas son motivos suficientes para sonreír al día a día más agotador. Cuando estamos ociosos exprimimos cada minuto hasta acabar derrotados. Ese cansancio es el que cura el estrés de la rutina que nos agota de otra manera. Está claro que alejarse de ella siempre sienta bien, por eso, no hay que mirar al calendario todavía porque, aunque septiembre está cerca, todavía quedan muchos jornadas para rematar este mes como se merece. Agosto es el horizonte al que miramos en los peores momentos de nuestra rutina. Sería un delito desaprovechar aquello que hemos anhelado. 

Anhelar estar de vacaciones es inspirador cuando piensas en ese destino o en esos planes que quieres hacer cuando llegue el momento. Es cierto que mirar al futuro siempre es incierto y hay que vivir el día a día, pero soñar no es un delito porque también ayuda a recargar esas pilas que en algún momento dado flaquean. Cuando los planes se frustran, la decepción viene con ese contratiempo, pero hemos aprendido a reinventarnos y a buscar otras alternativas, que siempre las hay, para sonreír a la vida. Está claro que no siempre es fácil sobrellevar la adversidad, pero si ésta es subsanable no hay que darle más importancia. Todo pasa por algo y quizás esa felicidad que queríamos lejos de casa está a la vuelta de la esquina. 

Seamos realistas y aunque ya hablamos de la pandemia casi en pasado, no podemos olvidar que un verano sin restricciones como éste es lo que nos pedía el cuerpo. Cualquier plan es bienvenido porque atrás hemos dejado las prohibiciones que limitaban nuestros deseos. Solo por eso ya tenemos muchos motivos para sonreír al calor que estamos pasando, a los paseos por la playa, a los festivales de música, a las excursiones por la montaña… y tantos planes a los que nos lleva nuestra mente. Una mente que nos ha enseñado que tiene que ser entrenada para la adversidad y que ahora está en boca de todos porque la salud mental también es importante. Ha sido ignorada durante mucho tiempo, pero del tiempo de pandemia hemos aprendido que sin ella nada funciona igual. De ahí que hay que aprovechar la estación estival para darle un respiro a nuestra cabeza. La fuerza de la mente también necesita descansar. Cada uno sabe qué tiene que hacer para que ésta desconecte. El deporte ayuda y las vacaciones también; pero hay que mimarla día a día, todos los meses del año porque la fuerza de la mente es nuestra mejor aliada o nuestra peor enemiga. Lo que nos decimos o susurramos a nosotros mismos es tan importante que puede marcar un antes y un después en nuestra actitud.  

Una actitud que ante todo tiene que ser positiva, porque la vida es ese viaje que transcurre y no se detiene mientras nosotros buscamos la felicidad.

Jimena Bañuelos (@14ximenabs)

Enlace en El Valle (México): https://elvalle.com.mx/columnas-y-opinion/story/36725/el-viaje

Prana y Dara: Algo más que relajación

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Poco sé de su nombre, algo más de su procedencia y desconozco sus beneficios, por eso, hay que probar una experiencia nueva. Una experiencia de salud. La necesidad de alejarme durante un momento de la dura rutina y la realidad es la mejor excusa, o mejor dicho, la mejor terapia para buscar el equilibrio entre el cuerpo y la mente. De buscar equilibrios saben mucho en la India. De ahí, procede esta técnica milenaria llamada Ayurveda. Su nombre dice mucho y es que está formado por Ayur que significa “duración de la vida” y Veda que es “verdad, conocimiento”. Adentrarse en los beneficios de esta ciencia hindú sólo puede reportar sensaciones buenas, así que sólo había que dejarse llevar.

Dejarse llevar por Prana y Dara, o lo que es lo mismo, las dos fases en la que se dividen los sesenta minutos de esta técnica. Lo mental, lo sentimental, y claro está, lo físico adquieren especial relevancia. Centrarse en los puntos marma del cuerpo es fundamental. En muchas ocasiones es nuestra cultura occidental la que nos aleja de ellos, pero aprender a valorarlos es una manera de comenzar a conocernos. Con una luz tenue, escuchando lo que la mente me susurra siento como empiezan las presiones en los diferentes puntos energéticos que tenemos. Es así como la parte Prana busca el desbloqueo, o lo que es lo mismo, la búsqueda del equilibrio o flujo vital. Es cierto, que los puntos de tensión invaden nuestro cuerpo y eso no puede ser bueno. Reflexiono mientras me relajo y mi respiración marca el compás que debe seguir la terapia. A medida que los minutos pasan las sensaciones van aumentando, pero cuando se inicia la parte Dara (la oleación o purificación) éstas se convierten en una bomba en mi interior. El aceite va cayendo lentamente, va cubrimiento mi cuerpo dejando en esa sensación de relajación que la rutina había borrado en él. Es más, en el momento en el que cae por mi frente, la mente se queda en blanco. Se aleja de todo para crear en ella, la imagen que más necesita: La imagen de su bienestar. La mía sé cual es. Y es bueno recurrir al Prana y Dara para encontrarse con uno mismo. Dijo Antonio Machado: “Todo lo que se ignora se desprecia”, por eso, por probar una terapia como ésta no perdemos nada, es más, muchos pueden ser los beneficios que se alcancen. Eso sí, la convicción es fundamental.

Y creyendo en los beneficios del Prana y Dara y en el proverbio hindú “no hay árbol que el viento no haya sacudido”, estas técnicas pueden ser unas buenas aliadas para combatir “las tempestades” del día a día… Quizás sea el momento de buscar aliados… ¿Por qué no?

Jimena Bañuelos (@14ximenabs)

 

 

 

 

 

Mirando al mar…

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Llegan a la mente cuando menos te los esperas. Un olor, un sabor, un objeto… pueden despertar en mi interior un torrente de recuerdos. Unos recuerdos cargados en muchos casos de añoranza y melancolía pero en muchos otros de sonrisas y felicidad. Pero es, sin duda, mirando al mar y su inmensidad cuando todas esas emociones van acompañadas por sueños e ilusiones que van y vienen en mi al ritmo de las olas que ven mis ojos.

Unos ojos que si los cierro y me dejo llevar por el mar provocan una oscuridad en la que la fuerza de los pensamientos adquiere especial relevancia. Mi mente se llena de preguntas a las que en muchas ocasiones no tengo respuesta. De esas incógnitas surgen miedos que me pueden hacer dudar pero que no conseguirán amedrentar las ganas de cumplir todo aquello que, por muy grande o pequeño que sea, me llene de felicidad. Ya decía Quevedo que “el ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar”.

No sé si es cuestión del destino o no pero soy de las que cree que todo ocurre por alguna razón. Bajo la luz del sol y mirando al mar me adentro en mi mundo. Ese en el que yo escribo el guión de mis pensamientos y a los que muchas veces no sé que desenlace dar. Ese mundo en el que la imaginación es mi aliada construir el esbozo de los sueños que tengo por cumplir. Mirando al mar pienso y mucho. No sufro por los recuerdos que me trae. Prefiero quedarme con las cosas que me inspira. El mar es fuente de vida y como tal recarga mis baterías. Me llena de energía, me recuerda que Aún tengo la vida. Así que como dijo el escritor irlandés George Bernard Shaw: “Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos.” Manos a la obra.

Jimena Bañuelos (@14ximenabs)