CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATE

Hay días que están grabados a fuego en el corazón, en la memoria e incluso la mirada delata que algo nos está pasando por la cabeza. Reconozco que de esos días últimamente tengo muchos, porque el calendario me presenta, estos días, los recuerdos más duros. Eso no lo puedo negar, pero reconozco que también hay en mí esa fuerza de la vida que me impulsa a afrontarlos de la mejor manera posible. Distraer la mente siempre será prioritario y aunque cueste, siempre estarán las personas que te quieren para ayudarte en los días que cuesta sonreír. 

A la vida hay que sonreírla porque su valor es incalculable, eso no quiere decir que sea fácil. Por eso, para evadirme de esta realidad e intentar olvidar los últimos días de enero y los primeros de febrero me adentré en una historia que me gusta desde siempre y en la que no falta el chocolate. Estoy hablando de “Charlie y la Fábrica de Chocolate”. Edu Soto da vida al particular Willy Wonka y, sinceramente, su interpretación es magistral. Es justo admitir que durante las dos horas y media que dura el espectáculo consiguió no sólo que sonriera sino que me riera dejando al margen la realidad que había dejado a las puertas del Espacio Ibercaja Delicias de Madrid. Un lugar que te traslada, sin duda, a la búsqueda del mítico billete dorado para poder entrar en la particular fábrica. La escenografía es inmejorable al igual que el talento de todo el elenco. Por supuesto, no pueden faltar los Oompa-Loompas y sus particularidades. Reconozco que mi debilidad es el chocolate y durante la obra te apetece en más de una ocasión. El público no tiene, lógicamente, el billete dorado, pero se lleva, sin duda, un recuerdo tan inolvidable como lo es conocer al señor Wonka. Además, está claro que los sueños se pueden cumplir, quizás nunca tengamos que renunciar a ellos porque el destino siempre jugará sus cartas.

Unas cartas que nosotros a veces manejamos, pero no tenemos la certeza de que todo seguirá  según nuestros planes. Soñar es fundamental como motor para afrontar las calamidades. A mí me ayudó en los días más duros de mi vida y, quizás, nunca pueda olvidar los recuerdos de estas fechas, pero sí pueda enmascararlos con experiencias como la de “Charlie y la Fábrica de Chocolate”. Edu Soto será siempre el Wonka español que trasladó al público de todas las edades los mensajes que van más allá y están grabados en cada billete dorado. Queda poco para que el telón de esta obra no se vuelva a levantar en Madrid, mi recomendación está clara. 

Si Charlie encontró el billete en el último momento, hasta el último día se puede disfrutar de esta obra y, por supuesto, darse un buen capricho de chocolate. A nadie amarga un dulce, y en los días más duros es cuando más se necesitan esos caprichos y a la gente que te quiere. En eso tengo suerte porque son mi billete dorado. Un billete, por supuesto, que es único y de un valor incalculable.  

Jimena Bañuelos

VIAJAR EN EL TIEMPO Y EN LA VIDA

Siempre es bueno salir de la rutina y despejar la mente de todo aquello que nos ronda por ella. Hay sueños, preocupaciones, planes o recuerdos, por ejemplo, que nos atormentan sin poder evitarlo. Hay fechas que nos erizan la piel solo con verlas en el calendario. Éstas llevan cargadas una mezcla explosiva de sentimientos encontrados que no tienen un manual de instrucciones para poder gestionarlos. Todo depende de las circunstancias personales por las que estamos atravesando, pero lo bueno es que el tiempo pasa y esas fechas también. Ahí radica la fuerza de superar los peores recuerdos que estos días me traen por las ilusiones del porvenir. También, es justo decir que el pasado cuando vuelve tiene la capacidad, además, de fortalecer. 

La vida me cambió de la noche a la mañana y, por eso, quiero mirar al futuro con la ilusión de lo bueno que está por venir. No soy de piedra y hay imágenes imborrables que perturban el sueño, pero siempre hay un despertar que te recuerda que hay que quedarse con lo mejor. Y lo mejor, sin duda, es el presente. Un presente al que hay que exprimirle cada minuto y hacer lo que más nos gusta. El ocio no puede faltar en nuestro día a día. Leer, ver una película, quedar con amigos, ir al cine o a ver un musical son siempre buenos planes pero viajar, tengo que reconocer que también me apasiona. 

La mente, como he dicho, viaja sin sacar ningún billete pero la posibilidad de descubrir el mundo es apasionante. Hace unos días, Madrid se convirtió con Fitur en el centro del turismo. Por Ifema pasaron muchos visitantes deseosos de encontrar el destino apropiado para una escapada o para unas vacaciones. Ver las imágenes de esta feria con tanto público alegran a cualquiera, porque atrás quedó todo lo que el coronavirus nos arrebató. La normalidad, aunque haya costado, está volviendo, por eso, el anhelo de conocer otros lugares también ha aumentado. 

La pandemia nos enseñó, entre otras cosas, a apreciar lo que tenemos; algunos esa lección ya la teníamos más que aprendida. En mi caso fue la vida la que me enseñó a priorizar y saber valorar las pequeñas cosas. Fue una lección de esas que no se olvidan nunca. Fue dura, de hecho reconozco que no me alegraré de haber tenido un cáncer pero sí de todo lo que me ha enseñado. Por eso, en los días más duros en los que mi vida cambió pude viajar y soñar con todos esos destinos a los que me gustaría ir. Quiero imaginar las fotografías que haría, por ejemplo, en Praga, en Viena, en Perú, en Playa del Carmen, en Córdoba, en tanto lugares recónditos que me saquen esa sonrisa cargada de felicidad y, por supuesto, cargada de vida. 

Dicen que la vida es un viaje y ésta tiene muchos viajes en su interior. Por eso, siempre estaré dispuesta a hacer las maletas para sumar vivencias a esta vida que me dio un segundo billete para seguir disfrutando de ella.  

Jimena Bañuelos

DONAR ES GENEROSIDAD

Estamos a medio camino de la cuesta de enero y seguimos afrontando este comienzo de año de la mejor manera posible. Quizás la semana pasada fuera la más complicada porque retomar la rutina después de las fiestas no siempre es fácil. Eso sí, los propósitos de año nuevo ya deberían estar en marcha, porque luego llega diciembre y todo son prisas. Enero es el mes de los comienzos y también de las ilusiones porque son el motor de lo que está por venir. Estamos escribiendo el primer capítulo de este año y sin darnos cuenta ya llevamos la mitad. Dicen que el tiempo vuela y aunque a veces nos parezca que se ralentiza, lo cierto es que solo es nuestra percepción. Todo pasa aunque nuestras circunstancias, como diría Ortega y Gasset, son las que nos marcan de una manera o de otra. 

Las circunstancias individuales solo las podemos gestionar nosotros mismos. Nos podemos apoyar en la familia y en los amigos, pero la realidad es que afrontar el presente de una manera o de otra es cuestión de actitud. Si bien es cierto, también hay muchas circunstancias que nos unen. Concretamente voy a centrarme en una que es de vital importancia para todos: la donación de sangre, de plasma y de médula. Hay que destacar el dispositivo que preparó el Centro de Transfusión de la Comunidad de Madrid en la Real Casa de Correos. El kilómetro cero de la donación estuvo ahí durante tres días seguidos porque la generosidad de quienes se acercaron a donar es vital para llenar esas reservas que no están en su mejor momento. Informarse de la donación de médula era otra de las cosas que se podían hacer. Yo vivo de regalo gracias a la generosidad de un donante de médula, pero tengo que añadir que también durante los meses en los que peleé cara a cara con la leucemia necesité de esas bolsas de sangre que llevan implícitas la generosidad de quienes por un pinchazo ayudan a los demás. Sangre se necesita diariamente, por eso, no se puede bajar la guardia y siempre que se pueda es bienvenida la colaboración de quienes puedan donar.

Obviamente, yo no doy el perfil para ponerme en una camilla, pero sí sé agradecer esos gestos de generosidad, por ejemplo, que tanto necesité en la peor etapa de mi vida. A veces se nos olvida que la unión hace la fuerza y que en esto tenemos que ir todos a una. Nunca sabes cuando vas a necesitar la ayuda de quien voluntariamente se pinchó y dejó su sangre o su plasma a disposición de los demás. Lo de donar médula es más complejo, pero no está demás informarse de su proceso. Cuando un paciente espera que le digan: “tienes un donante de médula compatible” es porque su vida necesita un cambio de ciento ochenta grados y comenzar a vivir la segunda oportunidad que ésta le da; esa vida que como todos bien sabemos solo se vive una vez. Afortunadamente, yo escuché esas palabras y sigo sumando experiencias. El día cero marcó un final y un principio, pero lo que une “final” y “principio” es generosidad. Gracias a ella, me toca ser feliz y seguir, nunca mejor dicho, disfrutando del presente.

Jimena Bañuelos

PASADO, PRESENTE Y FUTURO

La nostalgia endulzada de estos días ha dado paso a las ilusiones del año que acabamos de estrenar. Atrás quedó el pasado y sin cargar con él hay que afrontar todo lo que nos deparen los días venideros. No siempre es fácil desvincularse de él porque algún que otro lastre nos puede acompañar en nuestro día a día. Convivir con ellos, quizás, sea la mejor solución para poder disfrutar del porvenir. El destino es caprichoso y por delante nos quedan muchas jornadas hasta que vuelva a llegar el momento de hacer balance de un año a punto de caducar. 

Las ilusiones no caducan y los sueños tampoco. Pueden ir cambiando con el paso del tiempo, pero nunca dejan de existir. Son ese motor que nos impulsa a hacer cosas que no están en nuestros planes, pero es en esos momentos en los que nuestro propio empuje debe vencer al miedo. Un miedo que nos acompaña, pero que no tiene licencia para arrebatarnos la alegría y la satisfacción que conseguimos al alcanzar aquello que creíamos inalcanzable. Obviamente, y seguro que en el deseo de todos, está la salud. Sin ella poco se puede hacer. Es el pilar fundamental para afrontar los reveses que no están en la hoja de ruta que nosotros nos marcamos. Lo cierto es que a la vida poco le importa los planes que tengamos porque ya se encarga ella de hacer la correcciones precisas al guión que nosotros mismos nos hemos escrito. 

Precisamente, son esas correcciones las que nos hacen crecer como personas. Nos enseñan a descubrirnos, a valorarnos, a conocernos y, por supuesto, a adaptarnos a ellas nos guste o no. A la vida no se la puede hacer correcciones, somos las personas las que tenemos que aprovecharnos de ella para sacarle el máximo partido en las buenas y en las malas. La vida solo se vive una vez y ya que estamos de paso no es necesario ponerle tantos “peros”. Es cierto que el futuro tiene como ingrediente fundamental la incertidumbre y a su vez la emoción por ver que nos depara. No es complicado plantearse como nos gustaría que fueran los próximos meses, pero lo cierto es que en nuestra mano está convertir este año, que está recién estrenado, en el mejor de nuestras vidas y así sucesivamente. 

La esperanza dicen que es lo último que se pierde y siempre está ahí para hacernos mejorar. También ayuda, y mucho, llenarse de ella. Es una buena compañera en los buenos y los malos momentos. Siempre se puede mejorar porque la felicidad no es estática. Ésta en un segundo puede aparecer y desaparecer, pero siempre será uno de los pilares fundamentales de la vida. En definitiva, ser feliz es lo que cuenta y cada uno sabe como alcanzarla. 

Por eso, entre mi “aún tengo la vida” y “ponerme la vida por montera” hay una línea muy fina. Vivir es lo único que se puede escribir en esa línea y mientras ésta esté recubierta de salud solo puedo sonreír al día a día y disfrutar cada momento. Así serán los recuerdos que deje en el pasado cuando el 2023 se agote, pero hoy son mi presente y toca vivirlo.   

Jimena Bañuelos