Llegan a la mente cuando menos te los esperas. Un olor, un sabor, un objeto… pueden despertar en mi interior un torrente de recuerdos. Unos recuerdos cargados en muchos casos de añoranza y melancolía pero en muchos otros de sonrisas y felicidad. Pero es, sin duda, mirando al mar y su inmensidad cuando todas esas emociones van acompañadas por sueños e ilusiones que van y vienen en mi al ritmo de las olas que ven mis ojos.
Unos ojos que si los cierro y me dejo llevar por el mar provocan una oscuridad en la que la fuerza de los pensamientos adquiere especial relevancia. Mi mente se llena de preguntas a las que en muchas ocasiones no tengo respuesta. De esas incógnitas surgen miedos que me pueden hacer dudar pero que no conseguirán amedrentar las ganas de cumplir todo aquello que, por muy grande o pequeño que sea, me llene de felicidad. Ya decía Quevedo que “el ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar”.
No sé si es cuestión del destino o no pero soy de las que cree que todo ocurre por alguna razón. Bajo la luz del sol y mirando al mar me adentro en mi mundo. Ese en el que yo escribo el guión de mis pensamientos y a los que muchas veces no sé que desenlace dar. Ese mundo en el que la imaginación es mi aliada construir el esbozo de los sueños que tengo por cumplir. Mirando al mar pienso y mucho. No sufro por los recuerdos que me trae. Prefiero quedarme con las cosas que me inspira. El mar es fuente de vida y como tal recarga mis baterías. Me llena de energía, me recuerda que Aún tengo la vida. Así que como dijo el escritor irlandés George Bernard Shaw: “Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos.” Manos a la obra.
Jimena Bañuelos (@14ximenabs)
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