Todo comenzó de la noche a mañana. Cada día era una batalla que había que superar. Con fuerzas o sin ellas no había que bajar la guardia. Buscaba aliados sin apenas poder salir de la habitación del hospital, pero siempre encontraba en mi particular universo ese pequeño detalle que me recargaba de energía. Con la esperanza a diario de recibir la noticia que más anhelaba despertaba día tras día en La Princesa. Recuerdo como si fuera ayer cuando me dijeron que tenía un donante de médula. Desde ese instante la pregunta más transcendente para mí ya tenía respuesta: ¿Cuándo sería el día cero? Pues desde hace nueve años es el catorce de septiembre. El principio del fin estaba cada vez más cerca.
Y cerca están los recuerdos de aquella tarde, en la que ninguna adversidad iba a poder aplacar mis ganas de vivir. Alguien sin conocerme me estaba haciendo el mejor regalo de todos, me estaba regalando vida. Y eso, sin duda, marca un antes y un después. De ahí, que este “segundo cumpleaños” sea especial. No es necesario hacer una gran fiesta pero sí celebrarlo como la victoria que fue. El mejor regalo para hoy es disfrutar del excelente tiramisú que me sirve Luis en La Manduca en compañía de mis padres. Ellos fueron y siguen siendo mis fieles compañeros de batallas en el día a día. Las sonrisas que muestran en sus caras tienen, especialmente hoy, un matiz especial. Y es que cuando los sentimientos están a flor de piel son muy difíciles de disimular.
No pienso disimular si hoy me emociono porque las lágrimas muchas veces dicen lo que el corazón ya no puede expresar. En la adversidad aprendí a conocerme. Descubrí la fortaleza que hay en mí, lo relevante que es buscar el lado bueno de las cosas y lo más importante, a valorar todo lo que me rodea. Hoy soplaré nueve velas pensando en los sueños que me quedan por cumplir, porque después de tres mil doscientos ochenta y siete días de aquello puedo gritar a los cuatro vientos que Aún tengo la vida.
Jimena Bañuelos (@14ximenabs)
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